En primer lugar, la razón principal por la que aquellas frases malditas son un fraude es que
siempre va a haber alguien peor que tú. La miseria humana no conoce límites y las penurias por las que algunas personas tienen que pasar son infinitas. Si aplicásemos los argumentos conformistas a rajatabla, alguien en España que trabajase 40 horas a la semana en una fábrica cobrando 500 euros no podría quejarse porque hay gente en la India trabajando 50 horas por 200 euros. A su vez, el de la India no se podría quejar porque hay gente en África trabajando 60 horas por 40 euros. A su vez, el de África no se podría quejar porque, y aquí viene el colmo de los engaños mentales,
en otra época eran esclavos y ahora tiene libertad de elegir quién quiere que le explote. Llevando el razonamiento hasta sus últimas consecuencias, el único ser humano capaz de, finalmente, expresar descontento y mostrarse rebelde, sería el más absolutamente miserable, el más infectamente desdichado.
Observamos claramente cómo el conformismo es una filosofía de vida
negativa, pues tiene en mente a todos los miserables de la Historia y se consuela pensando que no estamos como ellos. En cambio, el inconformismo se revela como una filosofía de vida
positiva y
esperanzadora, pues mira hacia delante y hacia un futuro mejor, se permite ser soñadora y deja de recrearse en las miserias de los demás. Es un punto de vista contrario al habitual, que considera al inconformista como alguien depresivo y frustrado.
En segundo lugar,
no quejarse es seguirle el juego a los poderosos y propiciar las condiciones sociales que permiten que otras personas estén tan mal. El capitalismo "democrático" se fundamenta en la aceptación sumisa de las condiciones de explotación por parte de los trabajadores, que no sólo no se quejan sino que apoyan el Sistema, al cual le encanta (es más, necesita) que nadie abra la boca. Al igual que
Guy Debord, yo opino que el apoyo del proletario al capitalismo no tiene sentido y que sólo se da por las condiciones alienantes de
la sociedad del espectáculo. Las relaciones de explotación/sumisión que lo caracterizan perjudican al débil y benefician al poderoso, generan miseria y marginalidad y se regodean en la ignorancia y la brutalidad. Dado que el capitalismo es la mayor fuente de miseria humana en la actualidad, oponerse a dicha ideología (y, por extensión, al mismo Sistema, al mismo
zeitgeist) es un acto de altruismo.
Así pues, a pesar de que los inconformistas puedan ser vistos como niños mimados que siempre quieren más, lo cierto es que no sólo reivindican mejores condiciones de vida para ellos mismos sino
para todo el mundo. El inconformista, el espíritu rebelde, no sólo aspira a su propia felicidad sino también a la colectiva. Como decía Woody Allen en una película (aproximadamente), "no puedo ser feliz pensando que ahí fuera hay tanta gente sufriendo". Como decía Bakunin, "yo soy libre solamente en la medida en que reconozco la humanidad y respeto la libertad de todos los hombres que me rodean". Quejarse, en definitiva, puede ser visto como un acto de solidaridad y elevación moral. Éste es en parte el caso del
Mayo del 68, el primer acto revolucionario de la Historia llevado a cabo por personas acomodadas.
En tercer lugar,
la aspiración a unas condiciones de vida mejores es una característica humana fundamental e imborrable. Conformarse con lo que uno tiene, sin intentar mejorarlo (¡ni siquiera soñarlo!) es tan antinatural como aguantarse el orín. La persona sin rebeldía ni aspiraciones se convierte en un cadáver, en un autómata, y ha perdido buena parte de aquello que le convierte en un ser humano. Podemos reconocer a esas personas a nuestro alrededor: sin inquietudes, sin conciencia, sin brillo en los ojos, personas que se dedican a ver la televisión mientras piensan que viven en el mejor de los mundos posibles. Quizás sean más felices, aunque eso sea muy relativo, pero su felicidad es, como dijo Fernando Fernán Gómez en
La silla de Fernando, la felicidad de un imbécil. Y, por tanto, de mucha menor calidad y nobleza que la felicidad de un rebelde.
¿Cómo puede haber desaparecido una característica fundamental del ser humano entre una gran parte de la sociedad? Dos factores entran en juego: religión y espectáculo. La religión convenció a la gente de que esta vida no era más que un tránsito hacia la eterna, de que lo que había que hacer era agachar la cabeza y esperar a morir. En cierto modo, se puede decir que trasladó las esperanzas de la gente de sitio: seguían soñando con algo mejor, pero no se preocupaban de alcanzarlo en esta vida porque lo creían seguro en la siguiente.
Pero aún más astuta ha sido la sociedad del espectáculo, ¡más incluso que la propia y nefasta religión, que ya no es efectiva como mecanismo represivo! El espectáculo ha conseguido trasladar la rebeldía y los sueños de la gente
hacia fuera de ellos mismos. ¡Qué jugada! Hoy en día, "la gente" está más preocupada de que gane su equipo que de trabajar menos, más preocupada de que mejoren las consolas y los videojuegos que de que mejore la igualdad social, más preocupada de lo que le ocurra a tal personaje de tal serie de televisión que de la corrupción urbanística, más preocupada de cuántas medallas consiga España en las Olimpiadas que de qué va a ocurrir con sus vidas cuando el petróleo vuelva a subir. Las esperanzas de la gente siguen sin desparecer, porque eso es imposible, pero ahora se han desplazado hacia la esfera de lo imaginario y externo (e incluyo aquí cosas como el deporte o las noticias del
corazón, que son reales pero están tratadas de forma espectacular y
ficticia). Incluso la esperanza de los españoles en la victoria de Obama se podría enmarcar dentro de estas ilusiones por algo externo y ficticio (en el sentido de ajeno a la realidad común de esas personas). Por supuesto, la élite adora esto, ya que la rebeldía hacia lo irreal no puede afectarles.
En resumen, el espíritu crítico, inconformista y rebelde constituye un síntoma de salud mental y vitalidad, es moralmente superior al espíritu sedentario y además, a la larga, mejora realmente las condiciones de vida de la gente. Siempre y cuando, evidentemente, no dejemos que esa rebeldía nos consuma y nos frustre sino que sea una compañera de viaje amistosa para el resto de nuestra vida.